Vivimos en un tiempo y una realidad en la que todo el mundo clama por sus derechos y por justicia, pero sin estar dispuestos a mover un sólo dedo para defenderlos. Vivimos en el tiempo de la apatía, de la “lucha valiente” siempre y cuando sea desde un teclado y escondidos detrás de una red social.
¿Cómo se hacen exigencias de esa naturaleza cuando se está dispuesto a ver morir al prójimo? Impasibles, las personas de hoy no están dispuestas a mirar hacia otro lado ante el ataque injustificado a un inocente con tal de “no meterse en problemas”.
Vivimos tal vez en la sociedad más cobarde que haya visto nuestra patria, donde se abandona al débil y muchas veces se idolatra al violento criminal que hace gala de sus riquezas mal habidas obtenidas por medio de la sangre y el dolor de otros.
La frase dice: “haz patria, mata un delincuente” y definitivamente no se trata de hacer apología del delito, se trata de ejemplificar la enorme diferencia del valor y coraje de nuestros abuelos en contraste a estas nuevas y acertadamente llamadas generaciones de cristal.
La libertad y la justicia no se suplica, se pelea y se obtiene sacrificándolo todo si es necesario, dejemos de ser rogones, olvidemos las simples protestas desde la comodidad de nuestro sillón y celular y pasemos a los hechos, a intervenir activamente cuando veamos un delito en comisión, a auxiliar a quien está siendo atacado, guardemos la cámara con la que grabamos la agresión, para en su lugar tomar valor y participar en favor de esa víctima, unámonos a su lucha y salvaguardemos su vida, su integridad o su libertad.
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